Desde antes de quedarme embarazada sabíamos que queríamos un parto respetado, así que nos pusimos a buscar qué posibilidades teníamos en Madrid, al final nos quedamos con Gaia, que atiende los partos en la Milagrosa. Fui a una revisión para conocerla y salimos convencidos de que habíamos tomado la decisión acertada. Unos meses después dejé la píldora y a los cuatro meses salieron las 2 rayas rojas en el test, ¡no nos lo creíamos! Pasaron los meses y llegamos al final de un embarazo muy bueno, las molestias que tuve fueron las naúseas durante todo el embarazo, me hice amiga íntima del cariban... y cólicos biliares. Todo indicaba que a pesar de ser primeriza el parto se iba a adelantar, me tiré el último mes entero con contracciones, molestas, pero que no llegaban a ser regulares. Iba a monitores y me decía la matrona que esa noche seguro que me veía, que con esas contracciones estaba ya en trabajo preparto. Pero no fue así, eran los famosos pródromos. Emma nació dos días después de mi FPP (fecha prevista de parto).
Nos levantamos por la mañana y tenía unas ganas enormes de churros con chocolate mmmm nos fuimos a desayunar, luego mi pareja se fue a trabajar y yo me quedé dando un paseo por el parque. Empezaron las contracciones, no eran distintas de las que ya había estado sintiendo el resto del mes, así que no me preocupé. Las calculaba con una aplicación estupenda del HTC (contracción calculadora) que nos vino muy bien para no estar tan pendientes de calcular los tiempos.
Como no paraban, pero no eran regulares me fui para casa a tumbarme sobre el lado izquierdo a ver si cesaban, como había ocurrido otras veces, pero que va, cada vez eran más intensas. Llamé a mi chico y cuándo llegó a casa sobre las 14:00 estaba en la pelota de pilates tratando de controlar el dolor de unas contracciones que en poco rato se habían hecho regulares y bastante fuertes. Mi idea era aguantar en casa el máximo posible, pero el cuerpo me decía que teníamos que ir para el hospital, aquello se estaba acelerando. Tenía la certeza de que aunque llegara demasiado pronto me iban a atender bien y ésto no tendría consecuenticas negativas para mi parto (no me iban a acelerar, ni a inducir ni nada) así que cogimos las bolsas y nos fuimos tranquilos.
Llegamos al hospital y nos atendió nuestro matrón, Miguel, me monitorizaron y aunque a mi me molestaban mucho las contracciones eso no se reflejaba en el registro, la gráfica parecía una broma. En todas las monitorizaciones que había tenido hasta entonces siempre habían sido mucho más fuertes. Me hizo tacto y sólo estaba de 2 cm de dilatación. Él me dijo que no estaba de parto, que nos fueramos tranquilamente a comer y que caminaramos un poco a ver cómo evolucionaba. No me lo podía creer, me dolían las contracciones, me sentía de parto. Bajamos a la cafetería y aguantamos media hora, si eso no eran contracciones de parto quería que me dieran algún calmante, no iba a pasarlo mal para nada. Subimos de nuevo y Miguel me propuso meterme en la bañera a ver si el agua caliente me aliviaba y pasaban las contracciones. Me metí y me relajé, pusieron velas en el baño y música tranquila. Las contracciones no pararon, pero entre el agua y que yo ya me sentía ubicada eran mucho más llevaderas. Al cabo del rato, Miguel me preguntó si quería que me hiciera otro tacto para ver cómo iba la dilatación, le dije que sí y había dilatado ya cuatro centímetros. Mi cuerpo me estaba dando las señales correctas, en poco tiempo nacería Emma.
Había aprendido a respirar en las clases de preparación al parto, pero me encontré con una dificultad que me lo hizo pasar bastante mal durante la dilatación. Tenía una necesidad enorme de empujar, sabía cómo tenía que respirar para controlar esa sensación de pujo, pero era incapaz de evitarlo. En cada contracción empujaba, y sabía que sin estar dilatada del todo podía tener consecuencias, podía hacerme daño en el cuello del útero, no debía empujar aún. Pero me constaba horrores. Me puse nerviosa y pedí a mi pareja que avisara a Miguel, necesitaba que me ayudara a contener el pujo.
Vino y me dijo que probaríamos otra cosa, sacó la pelota de pilates y probé a hacer rotaciones en ella. Durante las contracciones me di cuenta de que si soltaba aire despacio, soltando también voz podía controlar mejor el pujo. Era un sonido grutural que aún no se por qué me ayudaba, era como un mantra. Retomé el control de la situación. Al rato noté como si un globo de rompiera dentro de mi, y empezó a caer un montón de líquido, había roto aguas, y cuándo vi que estaban teñidas volvieron los nervios. Volví a perder el control de mi cuerpo y a empujar. Miguel trataba de tranquilizarme, había meconio en el líquido pero aún así era transparente, no pasaba nada, Emma estaba bien. Me hizo escuchar su corazón para que pudiera relajarme. Ya quedaba poco tiempo, en media hora como mucho me dijo que habría terminado de dilatar. Estaba en ese momento de 6 centímetros y medio. Mi único pensamiento era que la niña estuviera bien, pensaba que le estaba dañando con los pujos y me planteé incluso la epidural, no por el dolor que lo soporté muy bien, sino para anestesiar ese cuerpo que no era capaz de controlar. Fue un momento de mucha tensión para nosotros.
En ese momento llegó Gaia, me hizo un tacto y me dijo que podíamos intentar una retirada de cuello de útero para ver si terminaba de dilatar, me dijo que podría funcionar o no. Lo hizo, sin hacerme ningún daño y noté como Emma bajaba. Me dijo que había funcionado, y que me levantara del water (llevaba ahí sentada un rato) si no quería que Emma naciera allí! Y pronunció las palabras que me aliviaron más durante el parto: Silvia, ya puedes empujar cuando te de la gana. Me preguntó dónde quería colocarme, y aunque me había planteado parir en el agua, en ese momento no me apetecía nada meterme en la bañera, me coloqué en la cama a cuatro patas. En ese momento llegó mi chico, que casi se pierde el momento fundamental del parto por bajar a que nos dieran habitación, y es que todo se había acelerdo de repente.
Ahí empecé a disfrutar plenamente del parto, ya no sentía nada de dolor, mi cuerpo parecía que se había desconectado de mi cabeza, y una yo totalmente hormonada empezó a empujar. Me sentía muy fuerte, hice varios pujos (gracias Laura por enseñarme los pujos naturales, fui capaz de hacerlos) y noté un escozor, el famoso aro de fuego, ahí Gaia me hizo parar de empujar, protegiendo mi periné todo el rato descansé un momento, bebí y cuándo Gaia me avisó hice los últimos pujos. Emma salió y pude ver cómo Gaia la masajeaba suavemente para que empezara a respirar, hizo algunos ruiditos y me la pasaron. Arrodillada con mi bebé en brazos que me miraba con unos ojazos abiertos como platos fue como si se parara en tiempo. Lo habíamos hecho muy bien, ya estábamos los tres juntos. Imaginad cómo estaba mi cabeza en ese momento, que se la intenté pasar mi chico, sin haber cortado aún el cordón! Es muy intenso. Esperamos un poco a que dejara de latir y él cortó el cordón. En una cuna térmica a mi lado la vio el pediatra, había restos del mecinio en las vías respiratorias que le impedian respirar bien, así que hubo que aspirarlas, me pidieron consentimiento antes de hacerlo. Y en escasos minutos la tenía sobre mi pecho, ella estaba muy tranquila, mirandome con esos ojos, que me parecieron negros, pero que resultaron ser azules.
No puedo olvidar esa expresión de tranquilidad en su cara. La dejé entre mis pechos y comenzó a arrastrarse despacio hacia el pezón, lo había visto en vídeos, pero ver como el instinto era tan fuerte que hacía que una niña que llevaba minutos fuera de mi reptara hacia el pezón, sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer, si le daban la oportunidad claro, era alucinante. Al cabo de un tiempo que no sabría calcular estaba mamando, con una fuerza que no esperaba de un bebé tan pequeño. En ese lapso de tiempo, sentí de nuevo ganas de pujar, le pregunté a Gaia si podía y me dijo que sin problemas, y con muy poco esfuerzo salió la placenta. Después, como había tenido un pequeño desgarro, me pusieron un punto y nos dejaron a los tres solos en la habitación. Creo que estuvimos algo más de una hora recuperándonos, escuchando la música que poníamos a Emma durante el embarazo, conociendo a esa pequeñita que ahora nos acompaña, digiriendo esa experiencia tan fuerte que habíamos pasado los tres. Después de que su padre la vistiera por primera vez, nos fuimos a la habitación donde nos esperaba toda la familia. El parto había comenzado a las 13:30 y a las 19:50 teníamos a nuestra niña en brazos.
En la habitación, Emma seguía enganchada a su teta, no lloró en toda la noche, estaba acurrucada contra mi y así durmió su primer día de vida, pegada a su madre, tranquila. A las dos horas más o menos desde que llegamos a la habitación pude levantarme, ducharme y me sentía muy bien. Tardé en dormir, aún estaba muy alerta por la experiencia vivida, estaba despierta mirando a esa niña que hacía tan pocas horas podía notar dentro de mi, que se quedaba totalmente quieta cuando ponía música o se acercaba hacia la zona de mi tripa donde su padre colocaba la mano. Ya estaba con nosotros, y había salido estupendamente.